Encuentros para encontrarse
- Antonia Guci
- 24 sept 2019
- 4 Min. de lectura

Si escribiera un libro sobre mi adolescencia y necesitara un título no muy dramático, probablemente la obra se titularía "todas las veces que Antonia no fue al cine porque a nadie le gustó la película que quería ver". Si llevara una lista de todas las veces que dejé de ir al cine porque nadie quiso acompañarme estoy segura de que ocuparía varias páginas en alguno de mis diarios.
La primera vez que decidí ir sola a ver una película tenía 22 años y quería ver una función única del festival de cine judío que a nadie más le llamaba la atención. En ese tiempo mi ansiedad social estaba en uno de los puntos más altos de mi vida, así que el simple hecho de salir de mi casa ya era motivo para hacer una fiesta e invitar hasta al Papa, por eso no me sorprendió terminar encerrada en uno de los cubículos del baño tratando de evitar un ataque de ansiedad porque el boletero me miró con cara de "¿Quién viene sola al cine un viernes?" cuando le dije que solo necesitaba una entrada.
Recuerdo que entré a la sala y me senté, como siempre, en la última fila. Había pedido el asiento que supuse que no tendría a nadie a ningún lado porque ¿Quién iba solo al cine? Bueno, para mi sorpresa las dos personas a mi lado iban solas.
La película terminó y, aunque no recuerdo bien de qué se trataba, sí recuerdo que lloré y que el señor de al lado me regaló un pañuelito para sonarme. Ese día me di cuenta de que ir sola al cine era casi una sesión de terapia; me olvidaba un rato del mundo real, me reía a carcajadas, lloraba sin vergüenza e incluso le pateaba el culo a la ansiedad teniendo conversaciones casuales con otros "solitarios" antes y después de que la película terminara.
Esa primera cita conmigo misma, como me gusta llamarlas ahora, despertó algo adentro de mí que me empujó a comenzar a explorar otras cosas que podía hacer sola: ir a conciertos, ir por un café, ir a cenar, ir al teatro, etc. Con el tiempo me di cuenta de que cuando más completa me sentía era en esos momentos de soledad donde lo que menos existía era soledad como tal. Empecé a conocer gente parecida a mí y dejé de sentirme "rara", que era una etiqueta que me habían - y me había - impuesto hace muchos años. Me di cuenta de que para encontrarme era necesario encontrar a otros que me ayudaran a hacerlo, muchos otros que ni siquiera supieron mi nombre ni yo el de ellos.
El paso más grande dentro de mis "citas conmigo misma" fue cuando decidí irme un fin de semana sola a uno de mis lugares favoritos. En ese mini viaje conocí a un montón de gente, pero me quedó muy grabada en la mente una mujer, que nunca me dijo su nombre, que se dedicaba a escribir obras eróticas de 15 minutos para una compañía de teatro independiente. Nos tomamos un par de cervezas a la orilla de un río y me contó que había estudiado informática, pero que después de la muerte de su mejor amigo se había dado cuenta de que la vida era demasiado corta para vivirla según el guión que la sociedad había creado para nosotros. Me contó que renunció a su trabajo sin dar muchas explicaciones y que empezó a escribir sobre todas esas cosas con las que fantaseaba cada vez que tenía una cita con algún hombre. En una de sus citas consigo misma conoció al director de la compañía de teatro para la que terminó trabajando y recuerdo que me dijo "al final la vida me regaló alguien con quien cumplir todas mis fantasías y que además me paga para que las escriba".
La semana pasada me acordé de dicha mujer porque fui al cine a ver una película medio erótica del Tour de cine Francés. Cuando llegué a la sala me dijeron que todavía no podía pasar, así que me quedé afuera y un señor se paró al lado mío y me comentó que los empleados del cine deberían organizarse mejor para que uno pudiera pasar a la sala a la hora que dice el ticket. Aprovechando el tiempo muerto empezamos a hablar y me comentó que le parecía muy curioso que alguien tan joven (pensó que tenía 17) fuera al cine a ver películas "que no son gusto de los jóvenes de esta zona". Le expliqué muy resumidamente que el arte que me gustaba no era muy común y que por eso generalmente iba sola a muchos lugares y solo se rió y me dijo "ojalá yo hubiera sido así a mis 20 en vez de estar en fiestas en las que no quería estar y con gente con la que no quería estar".
Encuentros así me recuerdan que, aunque hay que tomarse la vida en serio, igual el final es el mismo para todos, así que más vale hacer que el camino valga la pena ¿No?
Siempre bella!!!!