Incomodidad, ven a mí
- Antonia Guci
- 18 nov 2019
- 3 Min. de lectura

Desde que tengo 13 o 14 años hago una lista de propósitos de año nuevo el 31 de diciembre y la guardo en mi diario hasta el 31 de diciembre del año siguiente para ver cuántos propósitos cumplí. Voy a ser honesta, por lo general cumplo 1 o 2 de una lista de más de 10, así que el año pasado mi propósito número 1 fue cumplir los propósitos que me había propuesto (que, oh sorpresa, al parecer es el punto de proponerse cosas).
Dentro de mis propósitos nunca estuvo "encontrar el amor" o "dar la vuelta al mundo", mi lista siempre estuvo formada por metas reales y alcanzables que dependieran completamente de mí, pero que al final dejaba a un lado por flojera, pocas ganas o cualquier otra excusa barata que encontrara.
Uno de los propósitos que llevaba en esa lista más de 10 años era participar en una carrera y terminarla. Puede parecer algo muy trivial e insignificante, pero por algún motivo es algo que siempre pospuse porque "no estaba lista", "no había entrenado lo suficiente" y otros muchos pretextos que creaba para tener una razón de peso (según mi mente, claro) para decirle que no al reto que significaba inscribirme en una carrera y tener que correrla. Bueno, este fin de semana por fin taché ese propósito de mi lista de año nuevo y me di cuenta de que, inconscientemente, todo lo que me propuse cumplir este año estaba implícito en el punto número 2 de dicha lista: salirme de mi zona de confort tanto como pueda.
Desde enero le he dicho que sí a muchas cosas que me aterraban y que en algún punto pensé que jamás sería capaz de hacer. Nuestros cerebros están codificados para mantenernos a salvo y alejarnos del peligro, por eso es tan difícil salirnos de esa comodidad y afrontar nuestros miedos por decisión propia.
Les juro que haber tomado la decisión de decirle que sí a las cosas que me asustan hizo que mi percepción de la vida cambiara de forma drástica. Por algún motivo la mayoría de los humanos esperamos siempre lo peor de las cosas y por eso preferimos no arriesgarnos a hacer algo que quizás puede tener un resultado negativo, pero déjenme decirles algo -y a lo mejor van a decir "ay Antonia, de nuevo lo mismo"- mantenernos presentes es la mejor arma que tenemos para atacar los patrones negativos que nuestra mente no se cansa de repetir. Cuando aceptamos hacer algo que está totalmente fuera de nuestra área de seguridad y comodidad estamos obligando a nuestro cerebro a estar presente porque tenemos que estar tan alerta que de verdad no queda espacio para pensar en lo que puede pasar o lo que podría haber pasado si no hubieras dicho que sí, en ese momento lo único que importa es ver cómo resolvemos lo que sea que estemos haciendo.
La enseñanza que a mí me ha dejado buscar yo misma la incomodidad durante este año es que el resultado nunca es negativo. Caminar hacia lo que te asusta solo puede tener un desenlace, independientemente de si la experiencia fue buena o no, y ese desenlace es que te das cuenta de que eres mucho más fuerte de lo que pensabas.
Creo que proponernos cosas que nos empujen a emociones a las que no estamos acostumbrados es una forma de autocuidado de la que no nos hablan nunca y que en serio debería estar presente en la vida de todos.
Sálganse de su zona de confort, díganle que sí a lo que los asusta y en el camino van viendo lo demás.
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